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La marcha de la insensatez
Enrique Provencio Durazo - 2025-04-14
¿Aplica a Trump el síndrome de La marcha de la locura? Este es el título del libro ya clásico de la historiadora Bárbara W. Tuchman, publicado originalmente en 1984, y por el Fondo de Cultura Económica en 1989, el año que murió la autora. Se refiere al proceder de algunos gobernantes que terminan tomando decisiones irracionales, en sentido contrario a los intereses de sus países y de sus propios gobiernos, por insensatez o por incompetencia, con políticas contraproducentes para el Estado y para el bienestar colectivo.
No se trata de la locura individual, que efectivamente puede presentarse en un presidente o se registró en el pasado entre emperadores o reyes, sino a la colectiva, o más bien, a la que puede afectar a los equipos dirigentes, que adoptan dinámicas que los distancian de la realidad o que los inducen a ignorar evidencias e información que está disponible y que otros les presentan.
Solo el tiempo dirá si el actual gobierno estadounidense encaja en el patrón que registró Tuchman, y que rastrea casos que vienen desde la antigüedad hasta la guerra de Vietnam, que todavía era cercana cuando apareció su libro. Parte de reconocer que la historia ha registrado avances innegables, resultado de buenas decisiones colectivas, pero sostiene que éstos podrían ser mayores si no se presentaran tales episodios en los que no funcionan los gobiernos inteligentes.
Para que una mala administración califique como insensatez o como locura, en esta interpretación, debe reunir tres condiciones. Primera, que las decisiones sean registradas como contraproducentes en su momento, para valorar los hechos con los criterios de la época, no los del futuro. Segunda, que exista al menos otra opción, otra alternativa frente a las malas decisiones. Tercera, que la política sea no solo la de la persona que gobierna, sino también la del grupo en el poder.
En estas semanas recientes se ha hablado mucho del daño autoinflingido que están generando las políticas de Trump, que hoy mismo son consideradas contraproducentes, que tienen alternativas planteadas en múltiples ocasiones, y que son compartidas por su equipo, sus legisladores y sus votantes. Cumple con las tres condiciones de la insensatez, sobre todo porque se ejerce desde el poder y desde el gobierno, y por tanto causa más daño que las locuras individuales de cualquier individuo que sea poderoso por su riqueza o por otra causa distinta a la de ocupar la presidencia.
Hay otra característica que menciona la historiadora como común a los episodios históricos de este tipo: la valoración de las circunstancias en base a ideas preconcebidas y fijas, que rechaza las evidencias, la teoría y las lecciones de la historia, que se soslayan porque no cuadran con su marco ideológico o con sus intereses. De nuevo, eso parece estar sucediendo con las políticas de Trump, pues con anticipación, y desde muchos frentes, se hizo ver que las medidas proteccionistas y otras decisiones eran aberrantes según las lecciones históricas y de acuerdo a otras experiencias pasadas.
¿Por qué ocurre que un gobierno se niega a aprender de la experiencia y de la historia, por qué puede tomar decisiones irracionales? Porque la racionalidad no está garantizada, no se adquiere para siempre ni se acumula necesariamente, sobre todo cuando se actúa con perversidad y bajo dominio de la desmesura y el desenfreno del poder, sobre todo cuando este carece de contrapesos y esto puede ocurrir bajo todo tipo de regímenes, desde las derechas hasta las izquierdas.
El problema empeora, sostiene Tuchman en el epílogo de su libro, cuando los errores se vuelven persistentes y se multiplican, porque las marchas de la locura difícilmente retroceden. Entonces aumentan los daños sociales, y en el caso de Trump, lo que puede aumentar son los daños globales, no solo los de su país. Cuando eso ocurre, vienen las justificaciones, la insistencia en que no había otras opciones, pues a un gobierno autodestructivo le repugna cambiar su rumbo, y entonces traslada las responsabilidades a otros.
¿Hay antídotos a esos gobiernos insensatos? Los hay, y se fueron construyendo progresivamente, con los contrapesos legislativos y judiciales al poder centralizado, con los mecanismos de supervisión externa y de transparencia, con la división de poderes, con los servicios públicos profesionales, con el uso del mejor conocimiento disponible en el momento y su aprendizaje del pasado, es decir, con la potencia de la razón aplicada al gobierno y a las políticas. Todo esto es, justamente, lo que está en declive y lo que está destruyendo el gobierno de Trump.
La marcha de la locura termina con una advertencia, en su último párrafo: “no podemos esperar, razonablemente, mucha mejora”, y solo cabe seguir “avanzando gracias a periodos de brillantez y decadencia, de mayor esfuerzo y de sombra”. Dicho esto en 1984, podría parecer muy pesimista. Ahora suena realista.
Temas principal: Desarrollo, economía y sociedad