Contenido

 


Sequía: una viñeta personal


Enrique Provencio Durazo - 2025-05-05

Esta es una nota sobre la sequía en un pequeño pueblo sonorense, Granados, que se ubica en la parte alta de la Cuenca del Yaqui. La escribo en un tono personal porque relato mis testimonios directos, pues estuve ahí de visita familiar entre el 12 y el 19 de abril, y porque me impactó que en ese pueblo y los otros cercanos, se está viviendo la peor escasez de agua de los últimos 80 años.

Uno podía decir con certeza que Granados (29°51’29.91″N – 109°18’44.47″O) era de los pocos pueblos sonorenses a los que nunca les faltaba el agua, pues su río corría siempre, y a veces con grandes crecidas. Este año no es así, ya que por primera ocasión desde 1945, hay largos tramos de su cauce que están secos. Los canales y acequias, con las que se mantiene el riego de las tierras agrícolas y donde abrevaba el ganado, están vacías y prácticamente no habrá cultivos en el ciclo primavera – verano.

Aquí la actividad principal es la ganadería, y como los montes y agostaderos están sin pasto y sin agua, las reses tienen que concentrarse en corrales y en milpas, pero estas también están sin forraje por la falta de riego. No queda más remedio que comprar alimento para que sobreviva el ganado, esperando que en julio llueva y luego las cosas se compongan. La agricultura es subsidiaria de la ganadería, pues casi todo se siembra para alimentar el ganado y venderlo para la engorda.

Lo peor es que el abasto de agua potable también está amenazado. En algunos pueblos del rumbo, como en Nácori Chico, la hora cero ya llegó, y están dependiendo del acarreo en pipas a pesar de que el consumo está restringido. Es una crisis sin precedentes. Perforan a más profundidad pero los acuíferos siguen retrocediendo. En Granados el pozo municipal continúa funcionando, pero está en riesgo porque depende del nivel del río. Como medida de anticipación, las autoridades municipales ya está buscando nuevas fuentes de abasto, pero con malos resultados, pues encuentran el líquido con muchas calizas y yeso, además de alto contenido de manganeso.

La actual no es una seca cualquiera en la región (ahí se les decía, secas, no sequías). Como ya mencioné, esta es la primera en la que el río se corta, y tres generaciones han vivido acostumbradas a tener agua a mano aunque haya sido mala temporada. Por lo general llueve poco, pero los años recientes han sido peores. En 2024 hubo solo una lluvia buena, y las equipatas, aquellas lloviznas persistentes del invierno que aseguraban una buena primavera y cargaban los represos en los ranchos, ya se recuerdan como cosa del pasado.

La memoria suele ser caprichosa, pero la experiencia colectiva es más confiable. Los viejos nos decían a los niños que ahí donde veíamos un llano, “antes” había suficiente zacate como para que pastaran las vacas, pero pensábamos, al menos en mi caso, que estaban exagerando. Ahí nadie dice que el clima sea bueno, pues es extremoso e ingrato, pero ahora todos están más preocupados que nunca antes, incluyendo los testimonios que los más viejos recuerdan de sus mayores. Un primo me cuenta que en su rancho están secándose los encinos, como resultado de la combinación letal de heladas extremas, sequías prolongadas y plagas que antes no había visto. Otro, que anda cumpliendo 50 años de trabajo continuo en el rancho, me describió con lujo de detalles cómo los jabalíes destrozan los agaves (sí, los del bacanora) y devoran su piña o cabeza, pues están secos los aguajes. Y todos, sin excepción, hablan de los tramos secos del río como la prueba de que se trata de una anomalía sin precedente.

El reporte de la CONAGUA, por cierto, muestra para estos días de mediados de abril de 2025, que 70 de los 72 municipios sonorenses están en sequía extrema o excepcional (los otros dos están en condición de sequía severa). Así anda todo el Noroeste, con Chihuahua y Sinaloa incluidos. Los valles agrícolas de Sonora dependen del agua que les llega de estas lejanas tierras, aunque usualmente reclamen que esas aguas les pertenecen históricamente.

El río del que hablo es el Bavispe, que así se llama en esa zona, y que solo más al sur toma el nombre de Río Yaqui. En 1942 quedó concluida la presa Lázaro Cárdenas (La Angostura), unos 65 kms. al norte de Granados en línea recta, que retiene y luego administra los escurrimientos que bajan principalmente de la Sierra Madre Occidental, en la esquina noroeste de Sonora, en los linderos con Chihuahua. Gracias a ese embalse, el río mantuvo un flujo continuo hasta ahora.

La Angostura fue la primera de las tres presas que se construyeron con inversión federal para irrigar el Valle del Yaqui, que a mediados del siglo pasado fue uno de los símbolos de la prosperidad agrícola y agroindustrial no solo del estado, sino también del país. En 1952 quedó lista la presa Álvaro Obregón (El Oviáchic), de donde se alimenta la inmensa red de canales para irrigar el Valle del Yaqui, y a la mitad de la cuenca se concluyó la presa Plutarco Elías Calles (El Novillo).

En el imaginario creado junto con estas grandes obras, se asentó la idea de que había tanta agua que alcanzaría para todo. Una vieja monografía de Sonora que encontré en los cajones de la casa familiar, publicada por la SEP en 1970, dice que el Río Yaqui es tan caudaloso y lleva tanta agua que abastece bien a esas tres presas y puede regar los extensos valles. Ya no es tal, si alguna vez lo fue.

En estos días de mediados de abril, la presa La Angostura ya estaba a menos del 9% de su capacidad de almacenamiento, y su gasto de extracción apenas llegaba a 1.9 metros cúbicos por segundo. Un presidente municipal me hizo notar que la mitad de este gasto de extracción se estaba destinando a La Caridad, una de las mineras de cobre más grande del país, y que es parte del Grupo México. La otra mitad es tan poca que se pierde pronto en el lecho del Río Bavispe. Por casualidad me encontré días después en un congreso con un alto funcionario ambiental de Grupo México, al que le hice ver que actualmente la mitad del agua de La Angostura se estaba destinando a esa minera. Me comentó que a pesar de que siguen recibiendo ese caudal, que tienen concesionado, han bajado la producción de cobre y no hay seguridad de que puedan mantener la actividad los próximos meses.

No he dicho que Granados es un municipio muy pequeño, que apenas rebasa los 1000 habitantes, y más o menos así son todos los de la región. Nunca fueron pueblos grandes, y desde los años treinta del siglo pasado alimentaron migraciones hacia los valles y las ciudades sonorenses, como en la historia que contó Gerardo Cornejo en su gran libro La sierra y el viento. El agua que baja por el Río Bavispe desde la presa La Angostura se regula según las necesidades del Valle del Yaqui, y ahora también alimenta en parte a la ciudad de Hermosillo con el acueducto Independencia, y a esa explotación minera de La Caridad, en el municipio de Nacozari.

Lo que ocurre en esos alejados pueblos son historias marginales comparadas con el peso demográfico y económico de los centros urbanos y económicos del estado. Ahora, sin embargo, algunos se percatan de que si allá en las partes altas de las cuencas falta el agua, en las partes bajas son peores las consecuencias. Al menos en ese sentido, la vida de aquellos lugares no debería resultar indiferente para el resto del estado.

Fuente: https://www.mexicosocial.org/sequia-3/


Temas principal: Energía y cambio climático